Llegué a casa temprano, más temprano de lo que esperaba y mucho más de lo que debía. Tiré las maletas al suelo casi con desprecio, y me senté en el sofá con una delicadeza impropia. Mi cabeza estaba llena, pero a veces el exceso se convierte en el más absoluto vacío. Creo que en el momento de decidirme a mover algún músculo mi cabeza se cruzó de brazos, ella no tomaría una decisión, no hoy. Busqué en algún rinconcillo un poco más superficial, quizá hubiese algo que me apeteciese hacer, no, la verdad es que no. Sola y aburrida era una estatua de cera estúpida.
En estos casos, solía dormir, tumbarme en la cama y cerrar los ojos, hacer fuerza para que no se abriesen y simplemente pensar. Pensaba hasta que mis ideas se convertían en sueños y soñaba hasta que mis sueños se disipaban. Los sueños comenzaron a ocupar el vacío de una vida triste que cada día se convertía en un camino torpe de un borracho sin rumbo. La juventud me pesaba demasiado y la belleza se convertía en el traje que me hartaba de vestir.
Una tarde, y otra más, y otra, cada tarde era una nueva lucha contra el inmenso vacío que me engullía. Los excesos se convertían en vacíos en la soledad. Cada borrachera era una mañana de asco y vómitos; las ganas de vivir eran pocas y aparecía de nuevo el vacío. Cada torrente de ideas, planes y proyectos era un final de decepción y una bofetada de la realidad; las ganas de luchar eran pocas y aparecía de nuevo el vacío.
Diecinueve añitos recién estrenados y una máscara de rebeldía ya gastada. Pasaban los días y el personaje que todos me definían tomaba forma. Estaba tan cansada, cansada y aburrida, la vida valía poco y no le dedicaba mucho tiempo.
Me senté en el sofá y cogí el teléfono, llamé a un chico de la facultad. Era agradable y muy guapo, no solía hacer preguntas demasiado incómodas. Alguna vez me había dejado los apuntes y sabía que estaba dispuesto a mucho más. Le ofrecí unas copas en mi casa, que nunca nos daría tiempo a tomar. No quería alcohol, mi nivel de estupidez en sangre ya era suficientemente elevado, simplemente no quería acostarme sola.
-Hola, me ha hecho ilusión tu llamada. Una copa, ¿no?- Llegó sonriente e ilusionado, quizá en exceso.
-Igual otro día, hoy estoy muy cansada, ¿te quedas a dormir?
-Supongo- Su cara ya era la misma que en clase, inexpresivo y resignado, después de todo era lo que quería él y lo que quería yo.
No negaré que fue una buena noche, agradable incluso, pero cuando suena el despertador todos los sueños deben desaparecer.
-Es tarde, ¿no? Ya te dije que estaba cansada, pensé que nunca me levantaría. Nos vemos en la facultad.
-Claro
Creo que al ver su cara decaída, metido en cama y aun desnudo, casi sentí compasión, pero el sentimiento fue tan breve que no tardé en girarme para no tener que ver ese espectáculo tan desolador. Me dormí y cuando desperté él ya no estaba allí.
Con los ojos hinchados posiblemente de haber llorado por mis constantes pesadillas me dirigí a la cocina a ver si encontrada algo que llevarme a la boca. Encima de la mesa había una nota, en un post-it y con bolígrafo azul ponía con una letra estirada y suave: ``Me encantas mientras duermes´´.
Leí la nota a la vez que reconocía sin duda la letra por la que tantos exámenes había estudiado. Era una pena, la noche no había estado mal pero él había pasado la raya y ya no quería saber nada de él.
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