sábado, 4 de septiembre de 2010

2.La primera

     Miré el reloj y calculé que llegaría para las dos últimas clases, me dio prisa y fui a buen ritmo hasta la facultad. En el fondo, me fastidiaba llegar tarde y cuando veía que el tiempo no me llegaba corría por las tres largas calles que me separaban del campus hasta llegar ahogada a mi silla donde me dejaba caer bruscamente.   
     Muchas veces, era el momento de caer en la silla cuando mi mente sólo me formulaba preguntas interrogándola a cerca de los motivos que me impulsaban a estar de nuevo allí. Es verdad que me gustaba aprender, llenar un poco el depósito de cosas inteligente que decir en caso de disfrutar de una buena conversación pero no me gustaba la Universidad, ni los profesores, ni mi clase, ni mis compañeras.

-Buenos días, bueno, más bien buenas tardes. Ya casi no te recordábamos. ¿Algún motivo interesante para desaparecer?
Era popular entre sus compañeras, muchas incluso, la creían amiga y solían sacarla de sus pensamientos matutinos.
-Supongo que no lo suficientemente interesante para ti, pero gracias por preocuparte tanto. Y que sepas, qué solo llevo un par de días sin pasarme por aquí.
-Ya no tienes consciencia del tiempo señorita, hace ya por lo menos una semana que no se te ve el pelo.
     El profesor llegó justo a tiempo para hacer que se retirase a la velocidad del rayo y dejase de molestar.
Saqué el calendario en cuanto ella dejó de mirarme, ¿realmente hacía una semana que no venía a clase? ¡Había pasado volando! El tiempo fuera de aquel antro era tan veloz que a veces se perdía en los días, dormía días enteros y sus sueños parecían duran semanas. Sin embargo, el tiempo se paraba en aquellas cuatro paredes, la voz del profesor se convertía en un ruidito desagradable al que, una vez acostumbrado, apenas prestaba atención.
     Al acabar las clases me levanté lo más rápido que pude, pretendía alcanzar la puerta antes de que ninguna compañera llegase e hiciese alguna pregunta que ella no estaba dispuesta a responder.

-Hoy había alguien cerca de ti que no te quitaba ojo de encima ¡eh!-una se había anticipado a su estrategia y la esperaba en la puerta ansiosa.
-Sería el profesor, creo que me quedé dormida a los diez minutos, supongo que no le haría gracia.
-No mujer, un chico.
-Pues eso.
-Eres una borde, uno de clase, ese que nos presta a veces los apuntes. Pues no está nada mal.
-Te lo regalo.
-Yo no lo quiero, pensé que lo sabías, estoy saliendo con ese chico de tercero, el rubio de ojos claros, Nacho, ¿sabes?
-Lo siento, llevo varios días sin escuchar vuestros cotilleos.
-No te preocupes que yo te pongo al corriente.
-Que no los haya oído no implica que me interesen, pero gracias por el ofrecimiento.
-Tía eres una borde.
-He pasado una mala noche.
-Eso es porque no duermes acompañada guapa, habla con el de los apuntes, es un buen fichaje.
-Búscale sitio en mi agenda. Adiós, nos vemos mañana.
Todos los días me levantaba con la promesa de intentar ser un poquito menos brusca con ellas. Sinceramente no las soportaba, francamente eran mi modelo de las perfectas estúpidas pero mejor que estar sola, era tener a alguien a lado que te dé un poco de charla, por muy poco enriquecedora que sea.
     Llegué a casa y miré desde el sofá la puerta de la cocina, no me apetecía hacer de comer, no iba a hacerlo, estaba dispuesta a no comer y así lo hice. Estuve un rato vagabundeando por internet pero a falta de nada que me mantuviese entretenida decidí tirarme en cama y cómo no, me dormí.
     La sensación de agobio apareció muy pronto, mi cabeza comenzó a crear imágenes casi antes de que me sintiese totalmente dormida. Poco a poco mi habitación se fue dibujando con toda claridad, pero no la del piso donde paso la semana para estudiar, sino de mi verdadera casa, la casa de mi padre. La habitación es aún rosita, color del que la pintaron cuando cumplí los seis años. Mi cama y mis estanterías aún lucen llenas de peluches y la inocencia se respira en el ambiente, entre foto y foto. Estaba sentada en mi cama mirando para mi lámpara, una gran lámpara con pequeñas flores como pantalla. De repente un ruido me sorprendió, la ventana estaba abierta y las ramas del árbol que mi padre plantó el día que yo nací, ahora fuerte y alto, batían contra la pared. Me acerqué a la ventana cuando alguien me agarró por detrás y me tapó la boca. Intenté gritar con todas mis fuerzas, sabía que corría un gran peligro y no estaba dispuesta a dejar ganar a mi agresor sin antes intentar luchar. Él me lanzó contra la cama y mi pierna golpeó contra una de las esquinas de la estructura, el dolor se convirtió en intensísimo. Aún así grité y grité, llamé a mi padre esperando que en cualquier momento abriese la puerta y me salvase de aquel desconocido. ¿Desconocido? Eso pensé hasta que tumbada en la cama dirigí la mirada hacía su rostro. No era un extraño, era el chico de los apuntes, pero su cara no era inexpresiva, era puro odio y sus ojos me provocaron terror. Se acercó a la cama mientras tiraba todo lo que encontraba a su paso, nada dejó en pie en mi escritorio ni en mis estanterías, toda la inocencia de sus paredes quedó hecha añicos. Se acercó a mí como un lobo, a eso me recordó, a los lobos de los documentales que se abalanzan sobre su presa antes de su ataque final. Levantó el camisón que llevaba, un camisón que me recordaba a los de mi niñez, los preciosos camisones llenos de lazos que mi madre me hacía. Después de eso todo pasó deprisa y de repente, un sonido y un movimiento brusco en la cama. Me despertó el móvil, era Sonia, la chica que me interrogó en la puerta de clase.

-¿Qué quieres Sonia?- Dije en tono amargo.
-Perdona, ¿molesto?
-No, no estaba en la cama con ningún tío ni haciendo nada que te pueda interesar.
-Perdona, llamaba para invitarte a una fiesta esta noche, la prepara un chico de la otra clase, Martín, no sé si lo conoces.
-¿Dónde?¿A qué hora?
-A las once en el portalón de la escuela antigua, es la casa que está justo al lado.
-Nos vemos allí.

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